Funda(mental)ismos
José Javier Rojas
Leer es un acto de amor, porque para poder leer hay voluntad, interés, atención, dedicación, sacrificio, intimidad y a veces pasión, disfrute y satisfacción. Los libros son más leales que la mayoría de las personas, porque casi siempre están ahí cuando los necesitas y te responden, aunque no te correspondan. Los libros también se van, y casi nunca regresan, pero siempre van contigo, porque se notan en ti, sobre todo cuando no han estado contigo. Los libros sirven para todo, menos para ser feliz, para eso está la vida, aunque la vida con libros siempre es más vital que la vida sin ellos. Los libros son caros, porque son inapreciables, y su valor es subjetivo, porque depende de los libros que hayamos leído antes y de los que leeremos después. Podemos pasar las páginas y volver a ellas, o pasarlas sin mirar atrás, como sea, nunca seremos los mismos que cuando empezamos a leerlas. Las personas, como las páginas de los libros, son hojas en nuestro libro de vida.
MAMÁ
Mimamámemima, amoamimamá. Mi mamá me enseñó a leer y todas las campañas de amor a la lectura y alfabetización son redundantes o superfluas, dependiendo si nos enseñó a leer o no nuestra madre. Yo soy yo, lector por mi mamá. Freud no me jodas más.
EL ABUELO
Pelo blanco, ojos azules como el cielo y nariz redonda como un payaso, lector de novelas "pulp" del Salvaje Oeste, Beto El Recluta y Últimas Noticias. Siempre severo y con razón, el amor del abuelo me dio a Julio Verne y a mi primera colección de libros, la de Nuevo Auriga. Aunque el niño que fui jamás lo supo agradecer, el adulto que trato de ser jamás terminará de agradecerle.
PAPÁ
El diario a diario, sobre todo los domingos y en la hamaca Los Crímenes más Sonados. El ejemplar de Selecciones cada mes, y la National Geographic cada vez que fuera posible, pero en inglés. Alvin Toffler y todos esos libros de gerencia, para papá la lectura era utilitaria porque era una herramienta en su trabajo, pero a pesar de su rigor, también disfrutaba del gusto por el puro gusto.
LA ABUELA
Alcahueta de todas mis malcriadeces, sin saberlo me dejó leer a Edgar Allan Poe a los ocho años, y hacerme aficionado a las colecciones de Bruguera gracias a la librería que quedaba cruzando la calle, en aquella época cuando la librería siempre quedaba cruzando la calle, porque había librerías, había calles y se podían cruzar. Kalimán, El Santo, El Hombre Nuclear, todo el universo de Marvel y DC Comics llegó a mis manos por su mecenazgo manirroto.
JOAQUÍN
Mi único librero de confianza. Le preguntaba a Joaquín qué me leo, e iba y lo compraba sin chistar. Gracias a este gigantón amable con acento español, James Clavell y toda su saga oriental pasó ante mis ojos, también el Shibumi de Trevanian y el libro más caro que había visto en mi vida y todavía conservo como un lujo: Las obras completas de Andrés Eloy Blanco en papel de Biblia, una fortuna de 120 bolívares de antes de la devaluación, toda una extravagancia. Como la confianza da asco, precisamente a Joaquín le robé un par de Playboys españolas, que en pleno destape postfranquista, eran no tanto unas revistas como unos pasaportes a anhelados mundos desconocidos para un pre-adolescente calenturiento.
CARMELO
Por los días de la librería de Joaquín, el pre-adolescente que corría bicicleta y subía cerros y tiraba piedras en plan Tom Sawyer, disfrutaba de una particular carrera armamentista con su amigo Carmelo: construíamos aviones a escala cada vez con mayor esmero y detalle, refinando nuestras técnicas de ensamblaje. El pasatiempo pasaba por investigar y saber con precisión enciclopédica todos los datos que fueran posibles sobre la historia de la aviación, particularmente la parte correspondiente a la Segunda Guerra Mundial. La biografía de Erwin Rommel, escrita por Desmond Young, me volvió toda una autoridad en el tema de los Afrika Korps.
RAÚL ALEXANDER
El peor tiempo de un amante de la lectura es paradójicamente, la universidad. Lo más parecido a la prostitución lectora: uno se va a la cama en plan promiscuo, entren que caben cien, guste o disguste, masivamente y sin mayor escrúpulo, esperando recibir una retribución interesada acaso interesante, de vez en cuando nos dan una sorpresa agradable, la inmensa mayoría una desilusión y una sensación de haber sido estafados. Para sobrevivir como lector, formé una célula de resistencia con él, leyendo a discreción, siempre y cuando no formara parte del programa de lecturas asignadas. Mi secuaz y mentor me presentó al extracurricular Aldous Huxley, y hasta llegué a aprobar algunas materias citándolo.
NELSON
Dueño de una concentración y memoria envidiables, Nelson es el mejor lector que conozco. No por la cantidad de libros, o la variedad o acaso la calidad e importancia de sus lecturas, sino por la forma en que todas parecen relacionarse entre ellas, como si todas formaran un solo libro. Es un gusto compartir los libros con él, porque te obliga a regresar y revisarlos para encontrar detalles que pasaste por alto y creíste sin importancia. La apreciación por la obra de René Guénon y la revisión crítica y memoriosa de las lecturas pasadas es el legado de más de quince años de bohemia a cuatro manos.
1 Comments:
Dado su evidente interés por la literatura, me permito enviarle mi link, en el cual encontrará una novela publicada On Line. http://omarmesones.blogspot.com/
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